1
Me seduce la pequeñez. El recoveco, la miga.
Me siento a contemplar el
cielo y pareciera que no necesitara más que eso. Estar allí (donde esté) sentada y ver las nubes alborotando
el plano.
El color celeste de la
siesta es un pequeño misterio para los niños que no develaran sus padres ni
sus abuelos.
La presencia intermitente de los nudos
telefónicos entonces es cableado desprolijo, la molestia en la garganta se hace
paisaje.
2
Es una campanita entre violeta
y azul.
Ulises la vio esa tarde
de martes.
Se agachó y desde muy cerca la contempló
asombrado
quiso saber si tenía olor-
Pero la campanita no huele a nada.
Solo reposa agarradita apenas, de un tallo milimétrico.
3
El niño viste de azul Francia, con un moño en el cuello y un
pantaloncito a rayas.
Se mueve eléctrico por el
patio y acaricia a los animales.
Un pavo real intenta no ser visto y se
esconde detrás de un gran árbol.
El niño
astuto lo sigue con la mirada y
luego lo corre durante minutos,
El niño se cansa y se tira debajo de un
nogal, su niñera le trae agua y le
acomoda el traje.
Ambos se quedan sentados
mirándome.
4
Del otro lado del portón
las niñas se suceden unas a
otras, casi iguales, en delantales y peinados alborotados, con maquillaje en
los ojos y un pequeño estado de terror que
les produce el pensar que no son bellas. Caminan a pasos estrechos. Llevan bolsos y carpetas en las manos para no encorvar la columna.
5
Desde el balcón miro el
cerro rocoso y antiguo, algunos árboles rojizos, y otros amarillos están a sus
laderas. El cerro se impone como rasguñado
por un dios, desgajado, marcado como la piel de un perro que tuvo una
contienda. El cerro está herido de ojos y pies, que lo han hecho eterno y
místico. Enseguida un poco más abajo un río angosto, parecido a miles.
Viviana limpia mientras tanto
ferozmente en la cocina, suenan ollas y platos. El humo de la tarde me inclina
y me mese. Duermo encantada.
6
Hugo pegó espejitos
circulares y bolitas de vidrio en su casa. Formó una galaxia de puntos y planetas como un niño que se aburre si las paredes están pálidas. Hugo es tan alto que alcanza el techo
con sus manos y tan flaco que cuando lo abrazo doy giros alrededor.-
7
-Incuantificable- me
pregunto por el brillo de las hojas de las ligustrinas.
Vivo de hacer cosas inútiles.
8
Mientras nosotros leíamos
amoldados en nuestros sillones que formaban un circulo mesa ratona de por
medio, un señor lector tomó un sillón
y lo corrió cerca de una columna, suspiro escandaloso, se sacó la campera,
luego un pullover, los dobló, armó una montañita
con su mochila, sus ropas dos carpetas y un cuaderno. Suspiro nuevamente y se
desplomó con el libro nuevo agarradito de sus manos. Todos lo mirábamos y por un rato pequeño, abandonamos las lecturas, que
luego se continuaron sin dejar de pispearlo.
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